martes, 13 de septiembre de 2016

Asesinos de Perros



Asesinar perros  para preservar la salud de los ciudadanos era prioritario en Venezuela, en los años de las dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez, así lo consideraba el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social de la época para evitar que se propagara el Mal de Rabia, ocasionado por los perros realengos. En Guacara el personaje que se encargaba de hacerlo fue Ruperto Blanco, y sólo al  mencionar su nombre causaba el terror a  las familias que salían en carrera a amarrar sus perros para evitar que muriesen  envenenados por  el funcionario siniestro del ministerio. Semestralmente se le ordenaba a Blanco salir en la búsqueda de los canes que deambulaban por las calles del pueblo, y la modalidad que aplicaba él era proveerse de un perol con un asa que colgaba de su mano, donde llevaba  pedazos de carne cubierta con el letal veneno, que engarzaba con una puya de hierro y la lanzaba a los indefensos animales, que al comerla morían en pocos minutos en medio de convulsiones, echando espuma por la boca. Pero no sólo a los perros callejeros los envenenaba Ruperto sino que, a los que se asomaban a ladrarle en las oscuras noches desde los patios con empalizadas, se les acercaba sigiloso y les lanzaba la carne  envenenada también, y los pobres perros la tragaban de un solo jalón. El día siguiente amanecían los animales  envenenados y tirados en la calle, a los que el mismo Ruperto montaba en una carretilla y los llevaba a las orillas del río, por los lados del Paso de Cazorla o Los Jabillos, y los lanzaba a los zamuros que revoloteaban sobre los árboles esperando el delicioso manjar…, para luego convertirse las negras aves en víctimas al comer la carne envenenada, como se dice pues, un doble asesinato. A finales de la dictadura y desaparecido Ruperto Blanco, el Ministerio de Sanidad continuó con la modalidad y surgieron más personajes llegados desde Valencia  a cumplir con el macabro espectáculo de envenenarlos, dejándole ahora a Periquín, un humilde trabajador traído al pueblo por el Coronel Altagracia Táriba Colmenares, Jefe Civil del municipio,  y a Mundito Martínez , obrero del concejo municipal , ser  los  encargados  de llevar en su carretillas los animales envenenados  al botadero de basura en las orillas del río. Gracias a Dios aparecen medicamentos para tratar los perros, desapareciendo  de Guacara  esta forma primitiva y aborrecible de tratar al mejor amigo del hombre.

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